15 de febrero de 2011

La memoria del horror

Estas navidades mi amigo Héctor, con gran generosidad por su parte, me ha regalado un montoncito de libros que, cada cual a su manera y en su género, reflejan la sociedad francesa invadida por los nazis, su sufrimiento y miserias. Son libros que, además, se enriquecen unos a otros. Así, la lucidez histórica y la apasionada defensa de la democracia frente a los totalitarismos en La agonía de Francia de Manuel Chaves Nogales, considerado por algunos el mejor periodista español del siglo XX, describe e interpreta como testigo la caída del país vecino y se refiere, en ocasiones, a los mismos hechos que son narrados en la inconclusa novela de Irène Némirovsky, Suite francesa, cuya verosimilitud psicológica se asienta en la certera dosificación de crítica y compasión hacia sus personajes. Por otra parte, el Dora Bruder de Patrick Modiano, un libro breve y delicado que reconstruye, a modo de investigación sobre el pasado, la desaparición y posible peripecia de una joven judía a partir de un anuncio de periódico de la época, se complementa con la novela de Juana Salabert, Velódromo de invierno, que relata la reclusión de miles de familias judías en el Velódromo parisino antes de su envío al exterminio en Auschwitz. 


Junto con estos libros mi amigo me prestó un documental, Shoah, de dimensiones colosales, que deja cualquier película o documental sobre el holocausto como insuficiente o cogida de soslayo en comparación con el inmenso trabajo tejido por Claude Lanzmman. El documental, con efectos secundarios espurios como el de curiosear en la vida agraria de la Polonia comunista de finales de los 70 y principios de los 80, cuando fue rodado, está montado y entrelazado con la inteligencia creadora de un maestro del cine, basándose en el testimonio de víctimas, múltiples testigos y unos pocos verdugos, lo que le llevó nada menos que doce años de trabajo. A pesar de sus más de 9 horas de duración, mantiene al espectador insomne y perplejo, mientras desgrana la barbarie con serenidad y temple de investigador, quizá la única forma posible de hacerlo. De hecho, todas las tropelías y brutalidades que en una ficción resultarían increíbles por exageradas, o más propias de un cine de terror, forman en este documental un sinfín de anécdotas estremecedoras, sustraídas de la memoria de quienes vivieron de alguna manera el exterminio de los judíos, dejando sus vivencias para el recuerdo colectivo de la infamia.

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