15 de enero de 2012

Falsas autorías

No sé cuál fue primera pero me temo que no habrá una última. Recuerdo un poema llamado “Instantes” en el que un hombre, a sus ochenta y cinco años, reflexionaba sobre cómo cambiaría su vida si tuviera la oportunidad de volver a vivirla. Venía firmado por Borges, aunque posteriormente escuché que había sido escrito por una poetisa norteamericana, lo cual, según oí más tarde, tampoco era cierto. También circulaba una carta de García Márquez en la que se despedía de sus lectores como consecuencia de un cáncer terminal hace ya más de una década, o ese otro poema tan popular que le fue atribuido, “La marioneta”. Y, como no, el poema tan citado de “Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas / guardé silencio / porque yo no era comunista”, que no era de Bertolt Brecht sino de un pastor luterano alemán, Martin Niemöller, y que pone los pelos de punta igualmente. 

Ahora me llega por correo electrónico un texto supuestamente de Vargas Llosa sobre la “verdadera” belleza femenina que empieza “Todas las flores del desierto están cerca de la luz”, frase que no me parece escrita, según mi entendimiento, por un lector tan apasionado de Flaubert como es el Nobel del 2011. El texto finaliza con la consoladora pero dudosa afirmación de que “La verdadera belleza está en las arrugas de la felicidad”. Estos poemas, cartas o fragmentos resultan en su mayoría candorosos, emotivos, cursis, bellos de intención, ingeniosos o simplemente manidos. Tienen en común la inexistencia de referencias a la supuesta obra citada y, salvo casos excepcionales, un tufillo a libro de autoayuda o moralina. Su éxito no se debe exclusivamente a las nuevas tecnologías, ya que estaban ahí, dando vueltas en carteles o fotocopias, desde antes de internet, en las facultades y en las oficinas, pero gracias a la red han florecido por doquier. 

Afortunadamente internet también permite la existencia de foros y páginas en donde estas falsas autorías quedan pronto en evidencia. Sin el añadido de un nombre ilustre, estos textos probablemente no hubieran tenido aceptación, lo cual no dice tanto de las intenciones de sus anónimos creadores o manipuladores como de nuestras limitadas capacidades críticas como lectores, y de lo difícil que resulta, obviamente, llegar a conocer la extensa obra de un escritor como para desenmascarar tanto gato por liebre. En ocasiones nos quedamos como de piedra sin saber qué pensar o damos por bueno lo que sea tal cual nos viene. Nadie está libre de ser engañado en las múltiples e inabarcables facetas de la vida, y estas mentiras literarias están quizá entre las inocuas. Aunque ciertamente algunas resultan tan evidentes que uno no sale de su asombro al comprobar el éxito con el que se expanden a través de los correos electrónicos.

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