15 de marzo de 2012

Idea y sentimiento

En "La engañada" de Thomas Mann los personajes son presentados con una breve descripción de sus vidas y su apariencia física, con detalle en el caso de la protagonista, para luego entrar de lleno en la aparente razón de la historia. Las emociones y pensamientos de los personajes no tiñen la narración, entrelazadas con una descripción más o menos subjetiva, sino, más bien al contrario, y a pesar de ser estos en ocasiones desgarradores, están considerados desde la serena posición del narrador. Así, la presentación y la aproximación a la historia, junto con un uso lineal del tiempo, son clásicos, emparentando el cuento con los de un siglo anterior al suyo. Pronto nos deslumbran los matices y apreciaciones psicológicas, la hondura, sensibilidad y franqueza de estas, algunas difícilmente imaginables sin el cambio de paradigma propiciado por las teorías de Freud, y que, aquí sí, permiten al autor ahondar en otra dirección a la de sus predecesores. 

Las conversaciones de sus personajes, de vital importancia en la obra de Thomas Mann, son en este relato tan completas y llenas de matices que resultan francamente muy poco realistas -¿quiénes en la vida se expresan tan deliciosamente?-, pero nos conquistan por su desarrollo dialéctico y nos introducen en el mundo de las ideas, muchas veces sobre las propias emociones sentidas, sin mostrarnos apenas cómo y cuándo se van adquiriendo ni el punto de la acción en que sucedieron, sino meciéndonos en conversaciones interminables. Mann evita el intelectualismo en que podrían caer sus maravillosos diálogos, gracias a que desliza con maestría intenciones de carácter emocional, dobleces más o menos inconscientes y estados de ánimo variables, desvelando una segunda piel tras las opiniones de los personajes o una realidad más compleja que sus propias creencias. Pero si, a pesar del distanciamiento de su narrador, el autor penetra en sus personajes con una visión profunda y sensible de ellos, es también capaz de conjugar, como por obra de magia, un relato de ideas. 

No se trata de que cualquier cosa sea digna de reflexión en Thomas Mann, sino de que a menudo se trasluce un dilema filosófico en la narración, como si la ficción fuera el campo de prueba de la teoría. Cuando madre e hija hablan abiertamente de los sucesos que podrían ocurrir si el deseo de la primera se realizara, sopesando supuestos inconvenientes, se adelantan a un rechazo social previsible, dejando entrever un posible drama que, al ser expresado, se entrega al lector como alternativa reconocible, ya manida, para descartarse después como posibilidad narrativa. Para mayor desconcierto, el acontecimiento final irrumpe de improvisto y en apariencia carente de lógica dramática, como en la vida misma. Pero algo que la mayoría de los artistas rehuiría porque da al traste con la historia, Thomas Mann lo convierte en una divagación sobre la naturaleza.

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