15 de diciembre de 2012

El temor de Vargas Llosa

Una vez escuché a un respetado académico contar cómo en los pueblos sin escritura hay quienes son capaces de memorizar larguísimos poemas, como los hombres libros de Fahrenheit 451, y entre sus gentes se cuentan muy hábiles intérpretes de lenguas, traduciéndolas sobre la marcha, capaces de transmitir al instante en otro idioma lo escuchado. Parece ser pues que el advenimiento de la escritura, ese regalo de Theuth al pueblo egipcio según nos cuenta Platón en boca de Sócrates, no sólo trajo un cambio profundo a nuestras vidas, sino también a nuestra forma de pensar y nuestro desarrollo mental. Recientemente se ha estudiado, por ejemplo, cómo la memorización decae cuando sabemos que un dato puede ser rescatado mientras que aumenta cuando se nos avisa de que no podremos recuperarlo, alertando al cerebro, lo que presumiblemente haría trabajar más ciertas conexiones neuronales, como quien hace ejercicios musculares. Esto último recuerda al reproche del rey Ammón al dios Theuth sobre el peligro que conlleva la escritura de descuidar la memoria. 

Algo parecido apunta Vargas Llosa con su temor al posible cambio de nuestra manera de escribir y leer, incluso de nuestra capacidad de concentración, con la llegada de los libros electrónicos. Es cierto que la tentación de saltar a otra cosa en la pantalla o la posibilidad de irrupción de mensajes y video llamadas son capaces de poner a prueba el esfuerzo exigido por una lectura profunda, larga, ardua o cualquier combinación de estas. Pero los libros electrónicos también permiten añadir a las ya conocidas ilustraciones, algunas de ellas célebres, vídeos y audios que complementen textos de multitud de disciplinas como la biología, historia, matemáticas, arte, geología o física, lo que los hará cambiar, enriquecerse y volverse más atractivos, como lo son actualmente los de color frente a los grises de antaño, sin que por eso tenga que bajar la calidad de lo expuesto con palabras. En cuanto a la ficción, sin embargo, la integración más lograda de estos elementos audiovisuales con el texto ya existe en el cine, por lo que considero con escepticismo un futuro cambio de la escritura debido al cambio del formato de lectura. Habrá, por supuesto, quienes investiguen distintas vías intermedias ante las nuevas posibilidades, con mayor o menor éxito, y quizá con alguna grata sorpresa. 

Ilustración: Jesús Acevedo.
Durante mucho tiempo algunos pueblos utilizaron las paredes, piedras o tablillas de arcilla para la escritura antes de la propagación por la cuenca mediterránea de un invento egipcio, el papiro, pero hoy en día leemos los nueve libros de la Historia de Herodoto, en papel o en pantalla, sin pararnos mucho a pensar sobre qué fue escrita esa obra. Sin duda, perdemos mucho del original, pero por las traducciones y por nuestra ignorancia de aquellos hombres, no tanto por los cambios de formato, aunque a veces la forma y contenido de un texto estén entrelazados con su soporte original. Es imposible traducir, por ejemplo, la belleza visual intrínseca a los jeroglíficos, tanto en paredes como en papiros, o la sonoridad de un recital poético en su lengua original. Quizá, como con los rollos horizontales de la narrativa ilustrada japonesa, al desenvolver un papiro lentamente y descubrir lo escrito, había un placer que se perdió al pasar las páginas. Y muy probablemente los libros de la imprenta resultaron toscos y poco artísticos a quienes estaban acostumbrados a incunables como los deliciosos libros de horas. Así como muchas novelas del siglo XIX que creemos ligadas al libro fueron, sin embargo, pensadas como seriales para la prensa. Si la escritura se transformó con cada uno de estos cambios de formato, o hasta qué punto, es una pregunta que permanece, no siempre clara, pero todo el mundo parece de acuerdo en que la consecuencia más evidente está relacionada con la accesibilidad. 

Aún recuerdo haber pedido American Pastoral de Philip Roth en una librería especializada en idiomas de mi ciudad y cómo pasaba cada mes, ilusionado, a comprobar si ya había llegado. Pregunté en la librería durante meses y durante meses me dijeron: “Está pedido pero no ha llegado aún”. Años después volví a preguntar por el libro, por pura curiosidad, y me respondieron con la misma frase. Afortunadamente, la entrega de libros por correo postal a buen precio nos liberó de aquellas esperas tortuosas, en algún caso inconcebibles, ya que en un par de semanas recibíamos a domicilio el libro deseado. Con las compras de libros electrónicos el tiempo de espera desaparece, compras cuando quieres, con los riesgos asociados a la inmediatez, pero la ventaja resulta evidente para quienes vivimos alejados de los centros de distribución, sobre todo para los libros extranjeros. He comprado La civilización del espectáculo en internet a unas horas intempestivas y lo he empezado a leer sobre la marcha, gozando y refunfuñando por las opiniones allí vertidas, tomando notas en la misma pantalla, recogido en medio de la oscuridad, recordando por momentos algunos ensayos de Ortega leídos hace mucho, y he encontrado hermoso este objeto que me facilita el acceso a tanto placer.

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