15 de febrero de 2014

Joyce en Italia

Joyce se estableció en Italia de rebote, había ido hasta Zurich para ocupar un puesto de profesor que él consideraba aburrido y fácil pero que le daría tiempo para completar un libro de cuentos que llevaba en su maleta. Sin embargo, aquel trabajo prometido no existía y, como un favor, fue enviado a Trieste, pero tampoco allí había una vacante para él como le habían dicho, aunque al final le ofrecieron un puesto en una pequeña ciudad más al sur llamada Pola. Los años de Joyce en Italia fueron los más fructíferos de su carrera. Allí terminó su primer libro de poemas, Chamber Music, el cual cuando por fin consiguió un editor le pareció ya tan malo que dudó si retirarlo a última hora; acabó también el libro de cuentos Dubliners, añadiéndole esa obra magistral de la literatura breve que es el último cuento, "The Dead"; rehizo su Stephen Hero en A Portrait of an Artist as a Young Man y empezó a escribir los primeros capítulos de Ulysses. En su larga estancia en Italia de unos once años, entre Pola, Triestre y Roma, Joyce alcanzó la madurez literaria y abrió el camino hacia sus obras mayores. 

Su vida está minuciosamente contada por Richard Ellmann en su libro James Joyce, una obra imprescindible para quien quiera saber algo de este irlandés errante. Prácticamente todo lo que después se ha dicho de él, desde introducciones doctas a versiones en novela gráfica de su vida como la entretenida propuesta del español Alfonso Zapico, parten ineludiblemente del trabajo de Ellmann. Lo más interesante de este voluminoso libro, en la escuela de las biografías anglosajonas de grandes personajes, son en mi opinión las conexiones que su biógrafo establece con su obra, esos pasajes de su vida y la de otros conocidos suyos que Joyce transmutó en literatura, su filosofía de la creación a través de sus cartas y comentarios, e incluso, más anecdóticamente, sus fobias y fibias literarias, esos juicios incisivos y con frecuencia injustos que me han hecho soltar más de una carcajada. 

Cuando se estableció con Nora en Italia vivieron en un cuartucho tan chico que Joyce escribía sentado en la cama por falta de espacio. Si querían cocinar tenían que ir a la vivienda de su casera. Pero cuando tenían dinero lo derrochaba comiendo a diario en restaurantes con la familia, aunque fueran de módico precio, y en beber en bares hasta altas horas. Su hermano Stanislaus, que más de una vez tuvo que recogerlo en la calle completamente borracho, debió de ser, tal y como me lo imagino por la lectura de Ellmann, lo más parecido a un santo capaz de soportar a un hermano voraz que le pedía el dinero de su trabajo para mantenerse él y su familia, la cual iba creciendo con el nacimiento de sus hijos. Joyce reverenciaba e idolatraba a Nora, él era el voluble y apasionado frente a la natural sensatez y sencillez de ella, de lo que también dan fe sus cartas íntimas. No les fue fácil en aquella época vivir y tener hijos sin haberse casado, pero Joyce tenía las ideas muy claras. Tanto se acostumbraron a Italia que en la familia adoptaron la lengua de su admirado Dante y siguieron usándola incluso cuando dejaron el país.

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