15 de mayo de 2015

¿Dónde vas con mantón de Manila?

Aún a riesgo de perder a mis pocos lectores, este mes quiero comentarles una de mis muchas debilidades. Se trata de la versión fílmica, estrenada el 23 de diciembre de 1935, del sainete La verbena de la paloma, de 1893, cuya música es de Tomás Bretón y la letra de Ricardo de la Vega. Aunque esta zarzuela de poco más de una hora era un clásico del género chico, con números musicales muy conocidos y pegadizos entre los que hay seguidillas, coplas, una mazurka o una habanera, la película de Benito Perojo evitó convertirse en una mera copia filmada alejándose del original para conseguir una versión en la que se desteatraliza la obra sin perder sus números musicales. En nada desmerece a su antecesora, es más, consiguió ponerla al día, explorar otros nuevos caminos que sólo el cine posibilita y aportar lecturas de las que carecía el original, de tal forma que se convirtió en un éxito para nuestros abuelos en la época de la Segunda República. Entonces, ¿qué ofrece exactamente esta película que no tenga la representación teatral? 

A pesar de que fue rodada en un estudio y ya en su momento era una película de época que rescataba la vida de cuarenta años atrás, podemos ver e imaginar un Madrid del que ya no queda apenas rastro salvo en estampas, las calles sin coches de motor, con unos pocos carruajes de caballos, llenas de niños jugando o tirándose a por monedas en la puerta de una iglesia, la gente de fiesta por la noche, la transformación de los tipos de trabajos y una sociedad regida por otras reglas y circunstancias pero cuyos personajes están sometidos a pasiones que atraviesan el tiempo. La película deshecha el parlante inicial con el estribillo de “Hoy las ciencias adelantan / que es una barbaridad”, tan divertido como moderno más de cien años después, y en cambio incluye una boda matinal, con convite a churros con chocolate, cuya felicidad contrasta con la desdicha amorosa de Julián debido a las largas de la Susana. A continuación hay una auténtica oda al trabajo que nos muestra el oficio de impresión de Julián, el de costurera de Casta y la Susana, el de boticario de don Hilarión y el de tabernera de Rita, contrapunto del ambiente festivo que reinará en el resto de la obra. 

Algunas transiciones resaltan con gracia el contraste de los estados de ánimo entre los personajes, aunque hoy resulten toscas, y otras, como la de la rueda de la imprenta en donde trabaja Julian y la rueda de la máquina con la que cose la Susana, son ingeniosas y sugerentes. Vemos el mundo del trabajo, en un día en el que por ser festivo a algunos trabajadores se les permite salir a media jornada, como un interludio serio a la fiesta y la alegría, que es más difícil representar que la tristeza. Aquí lo consigue porque está de fondo, la verbena desata los acontecimientos de la historia, pero el tema no deja de ser la pasión y celos de Julián por la Susana, su sufrimiento y su falta de control. Mientras tanto hay escenas callejeras con rostros comunes y detalles naturalistas en medio del costumbrismo esperado. Las imágenes de multitudes festivas, entre atracciones que hoy consideramos infantiles, grabadas diez años antes de las tomadas por Marcel Carné en Les enfants du paradis como traídas de los bailes y fiestas de Renoir padre, son en esta película española más abigarradas y populosas, llenas de empujones y fritangas, y de un gentío más escandaloso. 

La película ofrece más matices sociales que la zarzuela, mostrándonos el trabajo y la fiesta de los ricos y de los pobres, cuya diferencia gravita como desencadenante del conflicto, pero que finalmente se funden en la verbena. Si antes dije que había una oda al trabajo, también hay otra a la fiesta. Además, la película permite desarrollar mejor la acción, mostrándonos escenas inexistentes en el sainete, como el desempeño de los mantones de Manila en la tienda o los continuos cambios de decorados urbanos. En cuanto a la construcción en la mente del espectador de los sentimientos y reacciones de cada personaje, ésta se intensifica gracias al montaje y el trabajo de los actores al permitir ver sus rostros tan de cerca, especialmente en escenas como la de la habanera “¿Dónde vas con mantón de Manila?” que, sin quitarle protagonismo a la pareja principal, intercala imágenes de los demás personajes importantes, representando a cada cual con unas pocas pinceladas. Es una escena tan encantadora que el cambio de dirección del tranvía a media canción me resulta insignificante; al parecer, la calle montada en el estudio se les quedó pequeña a pesar de que la película costó un millón de pesetas, una de las más caras de entonces. 

¡Lástima que esta gran película no se conserve ni entera ni en perfecto estado!

No hay comentarios:

LAS CONFERENCIAS

LA SOMBRA

KEDEST

CONVIVENCIA

LOS GRILLOS

RELATOS DE VIVALDI