15 de junio de 2015

La Margarita de Goethe y Bulgákov

Cuando Mijaíl Bulgákov eligió el nombre de su heroína femenina para su fascinante novela El maestro y Margarita sin duda tenía en mente el de la amada de Fausto, quien acepta el pacto con el diablo para poder seducir, rejuvenecido, a esa mujer tan hermosa que se refleja en el espejo de la guarida de la bruja. La novela de Bulgákov, de una moderna ligereza en comparación con las profundas reflexiones de Goethe, difícilmente se hubiera perfilado igual sin la existencia de su predecesora, comunicadas ambas obras entre sí por la similitud del escenario de la montaña para los aquelarres, los vuelos por el cielo con el cerdo como cabalgadura para las brujas, la magia negra y en concreto la nigromancia, la capacidad del diablo para enredarlo todo y confundir a todos, las continuas referencias a su olor o el mismo nombre del mago en que se enmascara y, sobre todo, por ese nombre femenino que resuena en el imaginario literario. 

Ambas mujeres son, sin embargo, muy distintas, como si Bulgákov hubiera desarrollado su personaje a partir del inverso de su antecedente, incluso intercambiando el orden de aparición, una en la primera parte de la obra teatral y la otra en la segunda parte de la novela. La Margarita de Goethe es el ser amado a quien Fausto ronda, rendido por su belleza, juventud y pureza, y a quien conquista gracias a las malas artes de su apestoso acompañante, de quien ella desconfía por intuición a pesar de su ignorancia. La pasividad de su personaje va más allá del control ejercido por su temerosa madre, capaz de quitarle los presentes recibidos para entregárselos a la iglesia, y su final trágico se prefigura en la muerte de su hermano a manos de su amado. Ella es la víctima del trato de Fausto con el diablo y sólo ella, apareciendo al final entre los seres celestiales, será capaz de darle un sentido completo a la redención del viejo Fausto, quien lleva el peso indudable de la acción en su continua lucha entre el bien y el mal.

La Margarita de Bulgákov, muy al contrario, pacta con el diablo para salvar al hombre de quien está locamente enamorada a pesar de que él no quiere saber nada del maligno y desespera en su locura y soledad sin saber lo que ella hace para volver a estar junto a él. Su camino no va sólo desde la dicha al sufrimiento, como la Margarita de Goethe, sino que trasciende su dolor para recuperar la alegría. Es ella quien, rejuvenecidas sus carnes y recobrada su juventud gracias a una pomada mágica, abandona su casa y se sube feliz a una escoba, surca los aires, se venga de quienes atacaron a su amado, y disfruta siendo una bruja, participando en el aquelarre del monte y en la fiesta anual al que el diablo debe ir desde hace años acompañado de una mujer cuyo nombre sea, precisamente, Margarita. Es a ella a quien seguimos mayormente en la segunda parte de la narración, aliada con el diablo para lograr sus fines, y es ella quien nos conmueve con sus decisiones y aventuras.

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