15 de octubre de 2015

Humor y sexo en Cabrera Infante

De los libros de ficción de Guillermo Cabrera Infante tengo predilección por La Habana para un infante difunto, una recopilación de amores que al principio parece una excusa para hablar de la pobreza en la Habana de los cuarenta y los cincuenta, pero poco a poco se convierte en un catálogo de mujeres deseadas, la mayoría de las veces sin el conocimiento de ellas, en el que el personaje adolescente va descubriendo la sexualidad hasta pasados sus infructuosos intentos de perder la virginidad. Cuando me di cuenta de hacia dónde iba el libro sentí pereza de seguir, pero el humor me tenía atrapado en la historia ya que la única forma de soportar aquella retahíla donjuanesca era precisamente porque el personaje era todo lo contrario a un don Juan, casi siempre fracasaba, y uno no podía sino reírse ante la crónica de tantos intentos frustrados, las adoraciones escondidas por las vecinas y las situaciones en las que acababa metido el personaje narrador. 

La novela es un relato de iniciación y entrada en la edad adulta, un bildungsroman sexual, y en ocasiones se tiene la impresión de estar ante la parodia de algo conocido. Pero lo mejor viene pasada la mitad, cuando el personaje narra sus aventuras con Julieta y posteriormente con Margarita, ambos nombres de ecos literarios asociados al amor, que están contados con mucho mayor detenimiento que los anteriores, porque con ellas sí hubo una relación propiamente dicha y merecían esa dedicación del narrador. Son dos historias que consiguieron envolverme enseguida hasta entusiasmarme. Por una parte, la insaciable Julieta, ávida por darle una pátina de cultura incluso al sexo, de la que el personaje queda atrapado a pesar de la indiferencia de ella hacia él. Por otra parte, la atractiva y hermosa actriz, Margarita, por momentos un relato que oscila entre la mujer fatal, ya que el narrador no sabe hasta dónde lleva ella su actuación en la vida real, y el elemento turbador, con resonancias surrealistas, del deseo por la mujer mutilada.

Uno de los mayores aciertos de la novela es ese narrador que, pasados los años, rememora sus amores sin ningún tipo de pudor y con pocas consideraciones, pero con sinceridad y, sobre todo, con humor. Además del tono de la obra, ese humor está ubicado mayormente en los abundantes paréntesis, que no a todos nos gustan y mucho menos de forma tan prolija, pero que aquí hacen el contrapunto perfecto al introducir el comentario irónico, jocoso o el juego de palabras ingenioso (gracias a esta novela dejé de considerar el paréntesis como indicio de incapacidad estilística, y siempre es un descubrimiento agradable y de agradecer cuando una obra nos derriba un prejuicio). Su humor está amasado con lucidez lúdica y el amor por las palabras, por darles la vuelta para vigorizar su significado, por hacer de ellas sonidos o sentidos que llegan a nosotros con la inmediatez de un son y por una cultura de fondo llena de referencias con chiste.

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