15 de abril de 2016

Voces de Chernóbil

No recuerdo haberme emocionado tanto con una lectura como me ha sucedido al leer el único libro de Svetlana Alexievich, Voces de Chernóbil, publicado en español antes de ser galardonada con el Nobel, premio sin el cual es muy probable que jamás la hubiera leído. Las múltiples voces que este libro rescata del olvido de la historia para conservar sus testimonios y vivencias de aquellas semanas que dejaron sesgadas o marcadas tantas vidas, incluso para sus descendientes futuros, supera la impresión del recuerdo de la noticia televisada para quedar grabada a fuego con el dolor y la angustia individual de cientos de miles de personas. El accidente ocurrido en Ucrania dejó prácticamente una cuarta parte de Bielorrusia contaminada, sus bosques, sus campos, sus pueblos, sus animales y sus gentes, con efectos sobre la población como la multiplicación de enfermedades mentales, tipos de cáncer (los casos se multiplicaron por 74 en todo el país) y deficiencias físicas y psíquicas en los niños. Una desgracia cuyas consecuencias seguirán notándose en quienes aún no han nacido así como en la tierra, que continuará contaminada tantos miles de años antes de desaparecer que se hacen eternos comparados con nuestra escala humana. 

Fotografía: Posztos / Shutterstock.
Con todo, el accidente pudo haber sido peor si un segundo reactor hubiera sido afectado por el fuego vecino ya que, al parecer, una explosión termodinámica habría tenido consecuencias catastróficas para gran parte de Europa, haciéndola prácticamente inhabitable. Sólo el valor de hombres en muchos casos voluntarios y en otros engañados, o ambas cosas, evitaron un mal aún mucho mayor. Quienes sacrificaron sus vidas ofreciéndose para limpiar el reactor en el sitio, o sumergirse en el agua contaminada para abrir una compuerta y conseguir bajar la temperatura del tanque principal, o pilotar helicópteros a pocos metros entre los humos tóxicos, o los mineros que cavaron un túnel bajo la central para inyectar nitrógeno líquido, no conocían bien las consecuencias pero, según los testimonios recogidos, no lo hicieron por las pagas dobles o triples que les ofertaban, que a veces ni se cumplían, sino por un heroísmo que los convirtió en víctimas, por una cultura de la hazaña que estaba aún viva entre los soviéticos, jaleados por el mito del héroe que da la vida por la patria. Quienes regresaban de aquella misión quedaron marcados para siempre por enfermedades, incapacidad sexual o muertes tempranas que podían ocurrir en cuestión de semanas. 

Las distintas voces que componen este libro como un mosaico de perspectivas que va desde los hechos ocurridos aquella noche de un fuego brillante y hermoso en la central nuclear hasta las consecuencias devastadoras de años después en los hospitales infantiles, están enmarcadas en unas breves recopilaciones de noticias que nos recuerdan y retrotraen a aquellos hechos grabados en la memoria colectiva europea y mundial. La sensación de oralidad de cada uno de los testimonios se desprende de las frases e ideas repetidas durante la narración, a veces también de un pequeño desorden cronológico, como si se tratara de una transcripción de los testimonios recogidos en una grabadora. Pero también hay detalles en los que se aprecia la mano de la autora bajo las distintas voces, estructurándolas y organizándolas, pero sin interponerse, tejiendo un fresco humano escalofriante en torno al horror. El hecho de que haya al final más voces de testigos con especialización superior, científicos, profesores, periodistas o incluso responsables políticos, aunque igualmente perplejos ante la catástrofe, y deje para el principio a la gente más humilde, es una prueba de que los testimonios están dispuestos de tal forma que se mantenga un suspense que difícilmente se aclara.

El libro es una labor periodística que por una parte contribuye a la historia y por otra a la literatura. El amor y la muerte, el heroísmo y las víctimas, el engaño político y la búsqueda de la verdad, la historia y el sentido de la literatura, cobran un valor de reflexión en el más alto nivel. El primer y último testimonio son los de esposas de esos primeros hombres que fueron a apagar el fuego sin la protección adecuada, a unas temperaturas infernales junto a robots de limpieza que se rompían antes que ellos debido a la radioactividad en sus circuitos. Son ambas historias desgarradoras, de amor intenso y entrega al ser amado, deforme y convertido en un despojo humano que se muere junto a ellas. El resto de voces, a pesar de sus muchos puntos de vista, repiten los mismos temas una y otra vez, a veces con nuevos matices, otras como recordatorios de una experiencia traumática compartida: Desde la belleza del paisaje contaminado por un enemigo letal que ni se ve ni se huele a las mentiras de los medios de comunicación, la reacción de los animales, las chapuzas realizadas, las diversas reacciones de las gentes, la falta de referentes históricos y culturales para entender lo ocurrido, y el sufrimiento de los niños enfermos y conscientes en parte de su pronta muerte.

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