15 de septiembre de 2012

Tony Buddenbrook

Para quienes han puesto empeño en aprender la lengua alemana hasta conseguir leer sus clásicos o para quienes se han educado en ella, la primera novela de Thomas Mann, Buddenbrook, está disponible gratuitamente y libre de derechos en su versión original en la página del Proyecto Gutenberg. Me cuentan quienes conocen bien el alemán y la obra de Thomas Mann, como mi amigo Héctor o mi profesor Manolo, que por razones estilísticas Thomas Mann es una delicia en su lengua original. Para quienes carecemos del nivel necesario, ignorantes de una lengua de vital importancia en la tradición y modernidad europea, nos es necesario recurrir a las traducciones. Desgraciadamente, ni el iBookstore de Apple ni la tienda Amazon del Kindle ofrecen una traducción al castellano de esta novela, asemejándose sus catálogos cada vez más. Así que he leído finalmente una edición desvencijada que encontré en la librería de segunda mano de la Obra Social en Las Palmas de Gran Canaria, al lado de la catedral. 

La novela es larga con capítulos breves, no es compleja estructuralmente pero está llena de matices psicológicos y simbólicos. Relata la vida de hasta cuatro generaciones de Buddenbrook, una familia burguesa alemana del siglo XIX cuyo auge está descrito en las primeras páginas. Lo narrado a partir de ahí es una lenta decadencia, llena de enfermedades, muertes y casamientos, capaz de desanimar a cualquier lector si no fuera por el fresco tan natural, irónico y sutil tejido por el autor. Todos sus personajes principales intuyen a su manera los límites y comodidades de la vida burguesa, pero es Tony Buddenbrook quien llena las páginas más emocionalmente intensas de la novela: La resistencia a su primer matrimonio impuesto en la práctica por sus padres y que ella acaba aceptando para que papá esté contento, la decisión de dejar a su segundo marido con quien se había casado en gran parte por limpiar la mancha familiar de su divorcio anterior, su carácter difícil, burlón, altanero y clasista, que evoluciona en su complejidad hasta convertirse en el alma de la familia. 

Su caso muestra el dislate de los matrimonios por conveniencia, aún vigentes en gran parte del planeta, cómo detrás de ellos no hay esa supuesta madurez de los padres para elegir la pareja idónea de sus hijos, sino el interés económico por el capital aportado por el marido o la esposa y las relaciones entre las familias con prestigio o lazos comerciales. Tony Buddenbrook es una consecuencia de ese sistema que ella misma defiende, sufriéndolo sin cuestionarlo. Los errores que comete, como el de aconsejar encarecidamente a su hermano la compra de una cosecha antes de la recogida, son causados por su afán de beneficiar al negocio familiar y devolverle su gloria pasada. Pero cada vez que dice de sí misma que es una tonta, le siguen las observaciones más inteligentes, los intereses más medidos o las pasiones más decididas. Me he pasado media novela deseando que Tony se reencontrara con un Morton enriquecido, aquel joven estudiante de medicina de familia humilde que conoció brevemente en sus vacaciones en la playa y quien le despertó sus únicos impulsos románticos, aún a sabiendas de que Thomas Mann no me iba a conceder ese goce de melodrama.

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