15 de mayo de 2018

The Horn, retrato beat del artista

Edgar Pool, considerado el mejor músico de jazz de su generación, es interrumpido en un solo de saxofón por un joven debutante llamado Walden, quien en ese instante descubre su estilo para posteriormente sentirse culpable por haber molestado a su ídolo. A partir de ese episodio aparentemente insignificante, Edgar, que ha sido perfectamente consciente de las dotes del muchacho, se ve zarandeado emocionalmente y decide largarse, replantearse su existencia y hasta empeñar su instrumento. El seguimiento de esta decadencia, que es también el periplo de sus amigos para encontrarlo, conforma el retrato del artista desde la mirada de quienes lo han conocido, admirado y amado, haciendo una reconstrucción compleja del personaje, llena de recuerdos y anécdotas en forma de saltos al pasado que nos van presentado su vida, su sufrimiento, sus revelaciones artísticas, sus ocurrencias, sus cambios de humor y su personalidad autodestructiva. Pero al contarnos su biografía a fragmentos, tal y como la recuerdan otros, también descubrimos la vida de sus amigos, el ambiente de los clubs nocturnos de jazz y la dureza de una existencia al filo de la indigencia. Así, Geordie, el personaje femenino a quien él ayudó e introdujo en los rudimentos del jazz, y de quien ha sido amante durante tantos años, tiene un pasado devastador. Violada, encarcelada y a punto de ser prostituida, encuentra una salida a su rabia gracias a la música. Al igual que consigue salir de su adicción a la heroína, la cual le había hecho perder incluso las ganas de cantar, su gran pasión, es también capaz de escapar a su furia e indignación, dejar de sentirla, liberada al fin, mientras Edgar por el contrario jamás lo conseguirá, quizá porque es la fuente de esa energía e inspiración que le llevará al reconocimiento público, aunque sea tan tardío que no puede sino ironizar al respecto. 

Ilustración: iStockphoto.com
Los personajes a través de los cuales está compuesta la mirada poliédrica al saxofonista Edgar Pool, conocido como "the Horn", lo que da el título a la novela, tienen otra característica, son músicos, y como tal funcionan también en una dialéctica entre tipos de artista que los define y los posiciona. Si Walden es el joven músico que descubre su vocación como en una epifanía joyceana frente al decadente pero grandioso Edgar, Wing es el compañero fiel que lo acompaña en sus bolos. Junius es el músico con quien se reconoce enseguida por su talento y un descontento común hacia la sociedad. Geordie Dickson la artista que consigue salvarse por su arte en oposición a la actitud auto destructiva de Edgar. Curny es el músico alegre, irónico y comercial, pero con el genio suficiente como para dejar una impronta original en su trabajo frente a un Edgar indómito y rebelde, capaz de arruinar una grabación incluso cuando necesita desesperadamente el dinero. Y Myland es un viejo amigo, espiritual y visionario, que conoció a Edgar en sus comienzos, cuando la vida era aún más dura para ambos. Edgar queda así delimitado entre los demás personajes, los que no son él, que lo definen como artista por contraste. Pero hay también algo que los une, y que se subraya a lo largo del libro. Por debajo de muchos conocimientos prácticos de la vida o de las ideas, la creatividad brota en estos personajes desde su interior, del lado más subjetivo de la experiencia, y no del intelectual. Es también el retrato de una forma de entender el arte y comprometerse con él, hasta el punto de no haber división entre la vida y el arte porque sin vivir una la otra no podrá expresarse. Una exhortación a la vida y el arte que enlaza en parte con lo que el autor de la novela, John Clellon Holmes, consideró el verdadero artista americano, cuyo reflejo en su tiempo sería el músico de jazz. 

No en vano, los personajes están inspirados en las biografías de grandes jazzistas como Lester Young, Charlie Parker, Billie Holiday o Thelonius Monk, pero el lector notará otra red de referencias implícita en los nombres de muchos de los personajes y las citas del texto. Desde el pensador Henry David Thoreau a escritores como Poe, Emily Dickinson, Melville o Whitman, como ecos estéticos y filosóficos que dotan a los personajes de otra dimensión con un tejido de crecientes significados. Así, por ejemplo, el músico Edgar Pool conoce en su huída al sur a Fay Lee, un trasunto de la Annabel Lee del poema de Edgar Allan Poe, quien representa esa música espontánea y pura a la que el saxofonista aspira, aunque acabe regresando al norte junto a Geordie Dickson, gran cantante y compañera. O cuando en el capítulo introducido por una cita de Walt Whitman se narra el encuentro de Wing y Walden con el saxofonista Metro Myland, un músico en la senda del trascendentalismo. Es decir, los personajes no sólo funcionan como una dialéctica entre tipos de músicos, sino también como reflejos de una tradición literaria, estadounidense, de románticos, trascendentalistas y marginales. Edgar Pool es comparado con un poeta sombrío y pesimista, al igual que lo fue Poe, quien también acabó malamente, arrastrado por las drogas, pero con una clara visión de su arte. Al libro se le ha criticado por idealizar una vida bohemia que los beat pudieron elegir pero a la que los músicos negros de su tiempo se vieron abocados sin prácticamente escapatoria, pero Clellon Holmes no esconde la dureza económica de sus vidas, ese ir ganando unos pocos dólares según salen los bolos o tocar en el metro o no tener ni para salir de la ciudad, y tampoco la fractura entre negros y blancos que cruza la novela de arriba a abajo como una gran cicatriz en la cara de la América de la posguerra. 

También se le criticó el estilo literario, pero este es un intento de reflejar en la prosa los ritmos del jazz, de tal forma que el tema y el estilo confluyen. A pesar de ser fácil de leer, las frases son a menudo ricas en sustantivos y adjetivos, dispuestos a veces en series acumulativas que parecen querer absorber toda la atmósfera de una escena o las múltiples aristas de una emoción. Los diálogos están inmersos en párrafos robustos que recuerdan a On the Road, con esa voz caudalosa y vital que no desdeña el halo poético. Pero al contrario de las exuberantes oraciones de Jack Kerouac o Allen Ginsberg, con sus subordinadas y anáforas entroncadas, con esa riada verbal próxima al fluir de la consciencia de James Joyce o al largo aliento de Walt Whitman, Clellon Holmes es más comedido, aunque su fraseo, leído en voz alta, resulte similar y algunas oraciones, excepcionalmente, ocupen un párrafo entero. Como los personajes son también artistas preocupados por su estilo, por la originalidad e impronta de una voz distinta, las afirmaciones al respecto parecen servir tanto para la música como para la escritura, como si el autor estuviera hablando en ambos niveles. Por ejemplo, a Wing no le reporta satisfacción tocar notas de moda, sentirse que pisa por caminos trillados que cualquiera puede imitar, porque las considera carentes de sentimiento y no parecen explorar nada nuevo. En la distinción entre el músico comercial y el innovador, entre el artista que repite los modelos del éxito y el que busca aunque no guste tanto y se arriesgue al fracaso, percibimos el tipo de artista que la novela exalta y celebra, con una clara preferencia por el elemento emocional, el sentir lo que se toca, el que surja de dentro, la tan mencionada autenticidad, una idea quizá ingenua, pero también un retrato capaz de transmitir un sentimiento liberador y una defensa apasionada del artista comprometido con su arte más allá de las convenciones estéticas de su tiempo. 

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