15 de enero de 2017

¿Es actual Doña Perfecta?

Cuando en el momento más profundo e incierto de la crisis se representó en Las Palmas Doña Perfecta, novela que el propio autor llevó al teatro, me pareció que parte de los aplausos correspondían a algo más que el reconocimiento por el trabajo de los actores, la escena y la dirección. Fluía en ellos, a través de la indignación provocada por la obra, la exaltación por las ideas de progreso y libertad. Como fue la primera y única vez en mi vida que he escuchado una reacción semejante, no estoy seguro de hasta qué punto mi propio ánimo tiñó los entusiasmos a mi alrededor o si realmente hubo quienes entendieron un paralelismo que, no obstante, se me antojaba bien lejano. Ni las ciudades de provincia (ya ni las llamamos así) se parecen a la Orbajosa de Galdós ni la España actual se asemeja a aquella otra del siglo XIX y sus conflictos, aunque lecturas como las de Raymond Carr, ciertamente, nos sugieren en ocasiones lo contrario. Por supuesto, no es comparable la religiosidad actual con la de entonces tal y como la vemos aquí, con su extendida beatería, la animadversión hacia la ciencia y la técnica, y su inquina hacia las ideas modernas, tachadas de ateas incluso si provenían de un creyente. Tampoco parece apropiado hacer un paralelismo con el papel del ejército, que fue garante del estado liberal frente a los conservadores Carlistas y que posteriormente sería defensor del orden social conservador. Nada que ver con la España de nuestros días. Y, sin embargo, parte del público extrajo unas ideas concretas políticas y sociales que estructuran y dan sentido a la obra, y que consideraron tan válidas antes como ahora, o por lo menos con la semejanza de un eco por sus referentes y mitos ideológicos. Hay un elemento político, más abstracto aún, que no es nada despreciable: La idea de la regeneración social. 

Ilustración: Ramón Casas,
El descanso de los ciclistas (detalle).
Ni se nos cuenta abiertamente cuáles eran las propuestas concretas simbolizadas en el joven José Rey ni probablemente están bien claras cuáles sean las medidas que pueden aplicarse en la España presente, pero la necesidad de una regeneración más o menos profunda encendió la imaginación de los presentes más sensibles a la injusta e indignante actualidad. La novela, que si mi memoria no me traiciona apenas varía de la obra de teatro, causa la misma indignación ante las mentiras, las maquinaciones y la hipocresía más enervante de quienes simbolizan el estancamiento del progreso social. Esta relación entre el ayer y el hoy, de una realidad pasada que, sin embargo, nos sigue ofreciendo emociones actuales, bien vale una reflexión sobre una de las posibles funciones de la literatura. ¿Es simplemente un corpus que se apaga en el mundo de los académicos y en el de los escritores que rebuscan en él para cimentar su propio trabajo? ¿O se trata de una serie de obras que, como traídas por los muertos, nos explican nuestro presente? Una vez me contaron que, en un país en donde el matrimonio es aún concertado por las familias, ciertas obras de amor secreto de nuestra literatura clásica son muy apreciadas por la gente joven. Y muchos vimos cómo durante el masivo rechazo a la guerra de Irak un cine proyectó El gran dictador de Chaplin y en el teatro volvieron a escenificar Las Troyanas de Eurípides. Parece, por tanto, que rebuscamos en la historia de la literatura respuestas o simulacros que nos ayuden a gestionar nuestros intereses e inquietudes, y hasta nuestra realidad social presente. En este sentido, entre psicologizante y con una vaga justificación utilitaria, Doña Perfecta era indudablemente actual para quienes aplaudían con tanto brío esta genial obra de tesis de Galdós.

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