15 de octubre de 2016

Literatura y opresión

En las memorias de sus años como profesora universitaria en Teherán, y posteriormente en su casa a un reducido grupo de alumnas, Azar Nafisi desgrana con complejidad los puntos de encuentro y desencuentro entre la realidad y la ficción bajo el autoritarismo moralista de la teocracia islámica. La vida cotidiana se ha vuelto opresiva, especialmente para las mujeres, obligadas a vestir de negro y con velo, alejadas de sus pares varones en cualquier evento público y cacheadas por otras mujeres dogmáticas por si escondieran peligrosos utensilios subversivos como pintalabios, colorete o rímel. Desde la llegada de la República Islámica, la edad legal para casarse ha bajado de los 18 a los 9 años y se ha restituido el apedreamiento de adúlteras y prostitutas. Las humillaciones de la guardia moral a quienes se saltan las normas de comportamiento en la calle, como la prohibición de estar con un hombre que no sea tu marido, padre o prometido, pueden variar desde recibir azotes públicos a verte obligada a pasar pruebas de virginidad en el hospital, incluso frente a los alumnos en práctica de ginecología. El poder quiere controlarlo todo, desde la vida pública a la privada, y lleva la reglamentación hasta el absurdo y el delirio. 

La universidad, el mundo de la cultura y la prensa son también sus víctimas. Intentan controlarlos y, si no pueden, acaban con quienes se resisten. Azar Nafisi narra en su Reading Lolita in Tehran, A Memoir in Books cómo poco a poco fueron deshaciéndose de los profesores universitarios, cómo desaparecían los jóvenes izquierdistas rebeldes que sin embargo habían sido cómplices en su odio a occidente, cómo asesinaron a prominentes figuras académicas, periodistas o artistas, y cómo incluso, en el paroxismo del odio al otro, llegaron a ejecutar a gente por fumar cigarrillos americanos. En medio de esta locura fanática, en la que hasta la música extranjera está prácticamente prohibida o te señala como sospechoso, la mayoría de los talentos iraníes se pierden y sus carreras quedan truncadas. La habitación de su casa, en donde se refugia con unas pocas alumnas, se convierte así en un lugar donde poder vestir y expresarse libremente, pero la mayor transgresión llega a través del comentario de grandes obras de la literatura, lecturas mayormente de la era contemporánea y del ámbito anglosajón. 

Esas clases resultan ser un ejercicio de reflexión literaria, introspección personal y crítica social. Hablan mucho de las emociones y reacciones de los personajes de ficción, de cómo los escritores nos las ofrecen, y cómo la literatura, en opinión de la autora, es un ejercicio de empatía, de comprender a los otros y sentir con ellos. La novela, como campo de experimentación, intercambio y ampliación de miras, nos puede someter a reajustar nuestra mirada, reconsiderar nuestras ideas o hacernos dudar de nuestras creencias, a veces con el riesgo de llevarnos por caminos ignotos y turbadores, algo que rechaza instintivamente cualquier gobierno totalitario y represivo. De hecho, los grandes escritores prohibidos pasan a ser casi de inmediato los más compartidos, buscados y celebrados, aunque de forma clandestina. La ficción se revaloriza como vehículo de ideas y emociones, capaz de abrir espacios íntimos de libertad. Las reflexiones vertidas sobre los personajes de Vladimir Nabokov o los de Jane Austen o los de Henry James o los de Scott Fitzgerald son a veces luminosas, dignas de ensayos originales lejos de encorsetadas metodologías académicas y a la vez deudoras de lecturas profundas y rigurosas. 

Dan ganas de releer las obras que la autora va estudiando con su pequeño grupo de alumnas así como en su clase de la universidad, donde los debates se centran en un juicio moral y no en uno estético o psicológico y, por tanto, resultan tan maniqueos como intensos. El juicio ficticio a los personajes del Great Gatsby, por ejemplo, sintetiza el enfrentamiento en la universidad entre quienes juzgan a través de criterios morales e ideológicos y quienes lo aprecian como obra literaria en toda su complejidad estética, emocional y filosófica. Para los primeros, los moralistas politizados, queda desdibujada la distinción entre la realidad y la ficción. En cierto sentido, se reproducen a escala académica los juicios a los que muchas novelas reconocidas fueron sometidas en el sigo XIX y principios del XX en Europa y Estados Unidos, sólo que en Irán, como en tantos otros lugares del planeta, han ganado los censores. Por eso, el diálogo más rico y sutil se produce en las clases privadas en casa de la profesora, en donde la ficción, si bien no define la realidad, ofrece formas críticas de aproximarse y entenderla. El arte sirve así de refugio y arma frente a la ideología y la tiranía, y es capaz de transformar al individuo, como a estas alumnas, para preservar un margen de independencia y libertad. 

Christopher Hitchens menciona este libro repetidamente en su autobiografía, Hitch-22: A Memoir, probablemente porque aúna de forma ejemplar sus pasiones por la emancipación, la verdad y la literatura, muestra la importancia de la política incluso para quienes se sienten desinteresados en ella y corrobora su desconfianza en la religión. El libro de Azar Nafisi está dividido en varios capítulos titulados con nombres de escritores, con saltos temporales sobre todo al principio y al final, y está narrado desde la perspectiva del exilio en Estados Unidos. El propio título nos pone en la pista de la relación que se establece entre un libro y el momento de la lectura, entre el texto y el lector, cuyas circunstancias emocionales, políticas, económicas o culturales pueden ser bien distintas, en ese espacio entre uno y otro, en el que ya no hablamos de crítica literaria sino de la huella que un libro nos deja y su impresión desde nuestra biografía. Nada más y nada menos que un tratado sobre por qué importa la literatura y qué puede hacer por nosotros. Susan Sontag resaltó de este libro publicado en 2003 su complejo análisis y defensa de la libertad y el libre pensamiento frente a los constantes ataques de la teocracia y cómo, con sus clases y debates, la autora había mostrado a otras personas a pensar por su cuenta y tomar consciencia a través del acercamiento a la literatura universal.

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