15 de febrero de 2015

Alejo Carpentier y el cine

Alejo Carpentier no sólo fue uno de los más grandes novelistas del siglo XX en lengua española, fue también músico y musicólogo, apasionado de la arquitectura, gran conocedor de la cultura europea e infatigable estudioso y defensor de la realidad de la América latina, especialmente del Caribe, lo que iluminó y guió a tantos otros escritores posteriores que se me antojan cojos sin su influencia, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes. Fue un hombre de amplios y variados saberes, a veces inesperados, o por lo menos poco comentados. Por ejemplo, el volumen 15 de sus obras completas publicadas en México por la editorial Siglo XXI en 1990, cuya edición está ya desgraciadamente descatalogada, recopila sus artículos sobre cine durante una gran parte de su estancia en Caracas, periodo de gran efervescencia creativa para él durante el cual escribió la mayoría de sus mejores novelas, El reino de este mundo, Los pasos perdidos, El acoso o El siglo de las luces, esta última publicada posteriormente. 

Todo lo que pasa por Caracas lo ve, y parece que por aquella Venezuela del boom económico de los años 50 pasaba de todo. Está al tanto del último cine estadounidense y europeo. Testigo de importantes cambios en el séptimo arte, el cual conoce desde sus orígenes, comenta los gustos de las audiencias del pasado, la de sus padres, y se interesa por las innovaciones técnicas. Su lenguaje, alejado del barroquismo que lo haría famoso, no duda en usar el término anglosajón cuando no existe su equivalente en castellano y, a veces, nos sorprende con expresiones más propias de un especialista académico, tales como gramática visual o sintaxis fílmica. Del pasado adora a Chaplin, a quien dedica unos cuantos artículos, y elogia a los hermanos Marx por ese humor del absurdo que se ha perdido en el cine de su tiempo. De su contemporaneidad se entusiasma con Los olvidados, no es para menos, y dedica varios artículos a Orson Welles. Está tan ávido de conocer las novedades del celuloide que se lamenta en uno de sus artículos de la tardanza del correo de París debido a las últimas huelgas en Francia. 

Muy a menudo se respira una nostalgia por el mundo de las estrellas hollywoodenses de los años 20, cuando los adolescentes como él escribían a sus actrices favoritas para recibir fotografías suyas firmadas con un invariable “Sincerely yours” que colgaban después en sus habitaciones, una mitología de la que, según él, carecerían las siguientes generaciones. Quizá esas grandes actrices fueron idealizadas precisamente porque él era joven, incapaz de repetir el proceso ya en su madurez, pero quizá, verdaderamente, su atractivo era distinto. Habla de ellas como producto del cine mudo, que las hacía más irreales y, por esa razón, más misteriosas. No en vano había sido una época en la que la muerte de un actor como Rodolfo Valentino provocó muestras de auténtico duelo colectivo en muchos lugares. A Carpentier se le nota el entusiasmo por aquellos actores y actrices, habla de ellos como de mitos y leyendas, consciente de la belleza que inspiraron, pero no suele comentar aspectos técnicos de su interpretación. 

Este amor por los actores del pasado, de su pasado adolescente, coexiste con múltiples referencias a la decadencia de la producción norteamericana de su tiempo. La razón, según él, residiría en las dificultades de producción y el elevado coste del cine, lo cual lo lleva, como no, al problema del producto comercial. El cine cuesta mucho, por tanto, debe tener beneficios para sobrevivir. Carpentier argumenta, sin embargo, que sin producciones de calidad no se puede sostener el cine comercial, que cae en su propio desprestigio debido a la repetición de las formas y la falta de ingenio. “Lo mejor” es sustituido por “lo más rentable”. De esta forma, el “sentido comercial” acaba por matar el comercio porque frena la originalidad y la innovación, es decir, lo que no se sabe si puede triunfar. Carpentier se lamenta de que el cine haya sido manipulado y controlado por el afán de ganar dinero. Esta decadencia de los estudios hollywoodenses en los 50, bien conocida por los historiadores del cine, está en sus artículos constantemente asociada a la mercantilización.

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